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Igualdad y complementariedad. Ideales de género en la vida cotidiana S

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Igualdad y complementariedad. Ideales de género en la vida cotidiana S
RUTH No. 5/2010, pp. 81-97
SILJE LUNDGREN*
Igualdad y complementariedad.
Ideales de género en la vida cotidiana
y el discurso estatal cubano
Existe un inmenso cuerpo de literatura sobre «mujeres en Cuba». Uno de los temas principales durante la última década, en la investigación dentro y fuera de Cuba, aborda los cambios
en las relaciones de género después de la crisis económica de los años 90. El enfoque en las
reformas legislativas dirigidas a un cambio de la situación de las mujeres en el país, corre el
riesgo de reforzar la separación entre el discurso estatal y los ideales de género en la vida
cotidiana, y las aparentes contradicciones que esta separación conlleva. Este artículo pretende
analizar la dinámica entre estos dos niveles a fin de entender el discurso estatal cubano en
relación a su contexto generizado.
«Una Revolución dentro de otra revolución». Así definió Fidel Castro
en 1966 el proceso de reformas para cambiar la situación de la mujer en
Cuba después de la revolución de 1959 (Castro, 2006). En este artículo
elaboraré mi interpretación de este enunciado.
Existe un inmenso cuerpo de literatura sobre «mujeres en Cuba». Uno
de los temas principales durante la última década, tanto en la investigación publicada dentro como fuera de Cuba, aborda los cambios en las
relaciones de género después del Período Especial, la crisis económica
de los años 90 (Aguilar, Popowski y Verdeses, 1996; Holgado, Fernández, 2000; Núñez Sarmiento, 1993; 2001; Pérez Izquierdo, 2003; Pearson, 2001; Vasallo Barrueta, 1997; 1999; 2004; Toro-Morn, Roschelle
et al., 2002).
Además, la investigación publicada en Cuba ha dedicado mucha atención a relaciones de género y relaciones familiares (Álvarez Suárez, 2000;
* Doctoranda en Antropología Social, Universidad de Uppsala, Suecia.
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Álvarez Suárez y Catasús Cervera, 1994; Álvarez Suárez, Díaz, 1996;
Arés, 1990; 1997; 1998; 2006; Benítez Pérez, 1999; 2003; Catasús
Cervera, 1999; Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, CIPS, 2001; VVAA, 1992; Díaz Tenorio, 2001; Pedroso, 2000;
Reca, 1990; Vera Estrada, Díaz Canals, 2008), diferencias entre mujeres
(Fernández Rius, 2000; Núñez Sarmiento, 2004; Pérez Rojas
y García, 1997; 1999), mujer y poder (Álvarez Suárez, 1999; Echevarría
León, 2004; Echevarría León, Gutiérrez y Togores, 2004), el papel de
las mujeres en la historia cubana y en movimientos revolucionarios (González Pagés, 2001 a; 2003 a). Existe también un nuevo cuerpo de investigación sobre masculinidades (González Pagés, 2001 b; 2003 b; Sierra
Madero, 2002; 2003; 2006).
En la investigación publicada fuera de Cuba, algunos temas principales han sido las reformas legislativas sobre los derechos de las mujeres
durante el proceso post 1959, y sobre todo se ha dedicado mucha atención a analizar el Código de Familia del año 1975 (Bengelsdorf, 1988;
DuMoulin y Larguia, 1986; Rosendhal, 1992; Safa, 2005; 2009; Shayne,
2004; Smith y Padula, 1996; Smith, 1992; Stone, 1981; Stubbs, 1994;
Withers Osmond, 1991; Zubieta, 2002). En los análisis de este proceso, se ha investigado el papel de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC)
(Lutjens, 1995; Fleites-Lear, 2006; Shayne, 2004; Smith, Padula, 1996),
la relación entre la Revolución y el feminismo (Aguilar, Chenard, 1994;
Bengelsdorf, Stubbs, 1992; Domínguez, 1987; Lutjens, 1995; Randall,
1972; 1974; 1992; Randall y Janda, 1981; Shayne, 2004), y mujeres en
posiciones políticas en Cuba (Luciak, 2005; 2007).
En mi opinión, el enfoque en las reformas legislativas dirigidas explícitamente hacia un cambio de la situación de las mujeres en el país, reflejado en mucha de esta literatura, corre el riesgo de reforzar la separación
entre el discurso estatal y los ideales de género en la vida cotidiana, y las
aparentes contradicciones que esta separación conlleva. Este artículo pretende analizar la dinámica entre estos dos niveles a fin de entender el
discurso estatal cubano en relación a su contexto generizado.
Se hace necesaria aquí una nota reflexiva sobre la formulación de un
problema de investigación. Con razón, la politóloga Sheryl Lutjens ha
observado que gran parte de la literatura e investigación sobre las mujeres en Cuba publicada fuera del país, pone el foco en la ortodoxia política e ignora así los logros substanciales creados (Lutjens, 1995). En
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1. Definición de la política de igualdad
La investigación sobre lo que aquí nombraré la política de igualdad cubana sugiere que esta está basada en teoría clásica marxista, según la cual, la
emancipación de las mujeres se alcanza a través de la satisfacción de
necesidades básicas por parte del Estado, la socialización de responsabilidades domésticas tradicionalmente atribuidas a las mujeres, su acceso a
la esfera pública (legislación, acceso laboral) y la educación sexual (Stone,
1981; Stubbs, 1994; Molyneux, 1990). La retórica oficial ha cambiado, de
hablar de «incorporar a las mujeres» en la esfera laboral (1966), para pasar
luego a enfocarse en la «representación» y «participación» de las mujeres
(1974-), hasta finalmente identificar la «igualdad de mujeres» o «plena
igualdad» (1975-) como objetivo de la política pública (Luciak, 2005). En
este contexto, es importante anotar que el concepto de igualdad en Cuba
no connota similitud, sino que se refiere a igualdad de derechos y oportunidades o igualdad formal.
La política cubana ha puesto el énfasis en incorporar a las mujeres a
la fuerza laboral, con el argumento de que así se logra su independencia
económica (DuMoulin y Larguia, 1986; Shayne, 2004; Stone, 1981).
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este sentido, no está de más aclarar que mi intención no es evaluar la
implementación de políticas públicas y/o leyes relacionadas con la política de género en Cuba –que sin dudas son de una radicalidad destacable–. La pregunta en cuestión tiene que ver con el marco de posibilidades
creado en la relación dinámica entre discurso estatal y vida cotidiana, es
decir, entre el discurso estatal de igualdad y cómo las relaciones de género son, efectivamente, vividas.
Mi análisis se basa en un proyecto de doctorado sobre género y sexualidad en Cuba. Parto de un estudio de la literatura mencionada anteriormente y de mi propio material empírico. Este material fue recopilado
durante dos trabajos de campo en la Ciudad de La Habana en el período 2004-2006, de un total de diez meses, los cuales fueron una continuación de un trabajo de campo del año 2002 de siete meses (en el cual
se basó mi tesis de maestría). El material utiliza métodos de observación participante y recoge 50 entrevistas grabadas, tantos individuales
como de grupo, con mujeres y hombres de diversas edades sobre temas
de género y sexualidad.
Las responsabilidades familiares y domésticas de las mujeres se identificaron como obstáculos para realizar esta política (Stone, 1981; King,
1977). Los costos de socializar este trabajo y dejarlo a la responsabilidad del Estado rápidamente resultaron demasiado altos (Smith y
Padula, 1996). La solución fue crear el Código de Familia de 1975
(Nazzari, 1983), en el que se declara que los cónyuges «deben atender
al mantenimiento del hogar y a la formación integral de los hijos mediante el esfuerzo común» (Capítulo IV, Artículo 36, Constitución de la
República de Cuba, 1992). Algunos autores han sugerido que a través
del diseño del Código de Familia se reforzó el ideal de la familia nuclear
como ingrediente fundamental de la sociedad (Stubbs, 1994; también
Gotzkowitz y Turits, 1988). Esto lo ejemplifican con las afirmaciones
de Blas Roca, en aquel momento director de la Comisión de Asuntos
Jurídicos que gestó el Código de Familia, sobre el socialismo como el
protector de la familia (Roca Calderío, 1961, citado en Gotzkowitz y
Turits, 1988). Estos autores añaden que hay que interpretar estas afirmaciones en relación con la propaganda contrarrevolucionaria del período que decía que el Estado socialista cubano les robaba los bebés a
los padres (Gotzkowitz y Turits, 1988). Otros investigadores señalan
que el Código de Familia nunca fue interpretado como una ley intervencionista; en cambio, se creó como un conjunto de normas dirigidas a
influir, en el comportamiento familiar (Bengelsdorf, 1988; Gotzkowitz
y Turits, 1988).
El énfasis en incorporar a las mujeres a la fuerza laboral se ha enfocado en crear nuevos roles para las mujeres como trabajadoras fuera de la
esfera doméstica. En términos de Pierre Bourdieu (2001), podríamos
argumentar que este proceso ha «rehistorizado» y «desnaturalizado» los
roles tradicionales de la mujer, que ya no aparecen como ahistóricos y
naturales (Ídem). Partiendo de su análisis podríamos establecer que este
proceso, hasta cierto punto, ha desmantelado los mecanismos históricos de naturalización y eternización de los roles de género y ha reconstruido «la historia del trabajo histórico de deshistorización» a través de
la construcción de nuevas definiciones de los roles de género (Ídem).
Un efecto de este trabajo de reconstrucción es, según Bourdieu, que
la dominación masculina deja de imponerse con la transparencia de algo
dado por sentado (Ídem). En mi interpretación del caso cubano, este
efecto se refleja, en la vida cotidiana, en la fuerte normatividad del
principio de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Estas
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normas explícitas se apoyan en una definición de igualdad centrada en
la idea de igualdad formal ante la ley. En ese sentido, en un nivel explícito, hay un engranaje casi perfecto entre el discurso estatal sobre igualdad y las normas de igualdad de género en la vida cotidiana, en lo relativo
a las definiciones, explicaciones y valoraciones de ellas.
Como mencioné antes, Rosendahl sugiere que el concepto de igualdad
en Cuba no se define como similitud. Por tanto, esta normatividad de
igualdad de derechos y oportunidades no necesariamente se contradiría
con el hecho de que los ideales de género de la vida cotidiana estén
basados en una idea de complementariedad de género.
Para ejemplificar lo que interpreto como ideas de complementariedad de género, utilizo aquí el trato de la maternidad como clave en la
construcción de la feminidad. En mi interpretación, la madre, su trabajo reproductivo y sacrificio por otros, se manifiestan de formas sacralizadas, tanto en la vida cotidiana como en el discurso oficial. Por ejemplo,
el Día de las Madres se celebra con regalos y atención, tanto entre la
población como en galas oficiales transmitidas por la televisión estatal.
En ambos casos, se parece mucho a la atención recibida por las mujeres
el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer. Una interpretación de esta
similitud sería que homenajear a las mujeres como mujeres implica o
iguala homenajearlas como madres.
Existen otros ejemplos de cómo se ha ensalzado la importancia de la
mujer como madre durante el proceso revolucionario, paralelamente a
la creación de la idea de mujer como mujer trabajadora. En un discurso
de 1975, Fidel Castro explicó que las mujeres son «las criadoras por
excelencia de los seres humanos» y que, por eso, «las mujeres merecen
consideraciones especiales dentro de la sociedad» (Holgado Fernández,
2000). Durante mi estancia en La Habana en el año 2002, el 8 de marzo
se homenajeó con medallas a las madres y esposas de los «Cinco héroes» (nombre oficial de un grupo de cubanos, presos en Estados Unidos). Hasta su renuncia al cargo de presidente, en febrero de 2008, Fidel
Castro mismo publicaba las cartas de pésame dirigidas a colegas revolucionarios después de la muerte de sus madres (Castro Ruz, 2008: nota
de condolencia por la muerte de la madre de Carlos Lage).
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2. Complementariedad de género
Otros ejemplos de lo que aquí he nombrado ideales de complementariedad de género se ven reflejados en leyes de protección a la mujer. La
Constitución cubana establece que el «Estado concede a la mujer trabajadora licencia retribuida por maternidad, antes y después del parto, y
opciones laborales temporales compatibles con su función materna»
(Capítulo VI, Artículo 44, Constitución de la República de Cuba, 1992).
Históricamente se han establecido listas de trabajos no adecuados para
mujeres con el argumento de proteger sus funciones reproductivas (Holgado Fernández, 2000; Smith y Padula, 1996).
La celebración de ideales de complementariedad de género también
se refleja en la atribución de un papel especial a las mujeres en el proceso
revolucionario. En su discurso del 8 de marzo de 2005, Fidel Castro
señaló que hay que reconocer el papel importante que han jugado las
mujeres en Cuba, quienes han «dignificado a nuestra Revolución» (Castro, 2005). En los programas de televisión para conmemorar el día de la
fundación de la FMC, el 23 de agosto de 2006, las mujeres eran nombradas con términos poéticos: «Nadie duda que sean fuertes pero, por
supuesto, también son dulces y sensibles» (Cubavisión, 2006 a). En la
misma noticia, las mujeres eran homenajeadas como revolucionarias
rebeldes y como bellas flores.
Como es sabido, desde la crisis económica de los años 90, las condiciones materiales, entre ellas la situación de la vivienda, han empeorado
significativamente. Esto refuerza la práctica de familias extendidas. Las
madres trabajadoras dependen de familiares femeninas para el cuidado
de sus hijos y a menudo prefieren esta opción en lugar de dejar a sus
hijos en guarderías infantiles. Contar con esta posibilidad de ayuda familiar puede ser clave para la decisión de tener un hijo (Holgado Fernández, 2000). Además, existe abundante investigación sobre las nuevas
dificultades para realizar el trabajo reproductivo y doméstico, provocadas
por la escasez material después de la crisis económica. Las condiciones
han hecho que este ahora consuma más tiempo y sea más difícil de
combinar con el trabajo asalariado (Aguilar, Popowski y Verdeses, 1996;
Holgado Fernández, 2000; Pérez Izquierdo, 2003; Núñez Sarmiento,
1993; Pearson, 2001; Toro-Morn, Roschelle y Facio, 2002; Vasallo
Barrueta, 1997 a; 1999; 2004).
Una expresión popular es que, en esta situación, las mujeres se han
vuelto «magas» en la casa. Se enfatiza que las mujeres son las «heroínas»
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del Período Especial y que se han sacrificado «para que sobreviva el proyecto revolucionario en el que han participado» (López Vigil, 1998). Esta
imagen de la mujer como «sostén de la nación» (Holgado Fernández, 2000)
y como salvadora del proyecto socialista, subraya el «leal» trabajo reproductivo de las mujeres. Ejemplo de ello es la reforma introducida por
Fidel Castro el 8 de marzo de 2005 de vender ollas de presión y ollas
arroceras a un precio subvencionado (junto con otros equipos eléctricos
también subvencionados). Esta reforma fue presentada, y recibida, como
una medida positiva e importante para las mujeres. Por lo tanto, a pesar de
la legislación que establece que el trabajo doméstico debe ser compartido
entre los cónyuges, también el discurso estatal presupone que este cae
principal, si no exclusivamente, sobre las mujeres.
Otra interpretación sería que se reconoce que los roles tradicionales
de género se han fortalecido con los cambios en las condiciones materiales después de la crisis económica, y que estas nuevas condiciones
han creado obstáculos en la realización o implementación de las políticas nacionales de igualdad de género. Por ejemplo, el porcentaje de
mujeres en posiciones políticas en todos los niveles del poder popular
disminuyó durante y después de la crisis (Shayne, 2004; Luciak, 2005).
En las últimas elecciones se ha enfatizado en la importancia de votar
por las candidatas y corregir las estadísticas asimétricas en las asambleas populares. No se practica un sistema de cuotas de mujeres, pero sí
medidas de discriminación positiva para asegurar una alta representación de candidatas femeninas a nivel de la asamblea nacional (Luciak,
2005; 2007). (A su vez, en los niveles más altos de toma de decisiones
–el Consejo de Estado y el Comité Central del Partido Comunista de
Cuba [PCC]–, el porcentaje de mujeres nunca ha excedido el 20 %, y en
el Buró Político, la instancia ejecutiva superior del PCC, en la actualidad dos de los veinticuatro miembros son mujeres [Luciak, 2005]).
Con respecto a la entrega de ollas y arroceras subvencionadas –realizada entre 2005 y 2006–, durante mi trabajo de campo en el año 2006,
surgió la interpretación de que la medida ilustraba que «la Revolución
defiende a las mujeres». Esta misma idea se me presentó en muchas
ocasiones sobre la norma y práctica del sistema jurídico de otorgar la
custodia de los hijos a la mujer después de una separación. Esto se
interpretaba como un «derecho de la mujer», basado en su papel como
madre. En otras palabras, estos pequeños ejemplos de ilustraciones
populares de cómo la Revolución prioriza y defiende a las mujeres están
formulados específicamente en términos de roles de género donde el
rol de la mujer es el de cuidadora y madre.
Aquí sería interesante mencionar también el decreto del año 2003
que establece la licencia retribuida para los padres que necesitan cuidar
de sus hijos (Ley 234 del Consejo de Estado, ver Pagés, 2005). El decreto refleja el trabajo y el debate a nivel nacional de la FMC (Luciak,
2005). Este decreto podría establecer un punto de conexión interesante
entre el discurso estatal y la vida cotidiana. Paralelo a su introducción,
se transmitieron programas y anuncios educativos en televisión que
hacían hincapié en el papel activo que deben jugar los padres en el cuidado de los hijos. Sin embargo, una evaluación realizada en 2007 sobre el
decreto de licencia por paternidad mostró que solo 17 padres se habían
acogido a este derecho y se consideró que esto se debía al desconocimiento de la ley (Lotti y otras, 2007). Durante mi trabajo de campo en 2006,
pregunté a varias personas sobre el decreto: nadie lo conocía, pero reaccionaron favorablemente cuando se enteraron. No obstante, al mismo
tiempo se preguntaron: «¿Quién traería entonces el dinero a la casa?».
Esto refleja la combinación de una realidad económica generizada, condiciones materiales dentro de las cuales se ha reforzado la responsabilidad doméstica de las mujeres, e ideales de complementariedad que
atribuyen un rol simbólico de proveedor al hombre. La consecuencia de
esta combinación es que no se espera o supone que reformas como el
Código de Familia o la licencia por paternidad se realicen en la práctica
a nivel individual.
Como es evidente en este caso, la política interactúa con ideales de
género de la vida cotidiana y cambios en las condiciones materiales. En
este sentido, los niveles aparecen entrelazados: las normas explícitas de
igualdad del discurso oficial se reflejan en una fuerte normatividad del
ideal de igualdad de oportunidades en la vida cotidiana. Al mismo tiempo, ideales de complementariedad de género en la vida cotidiana se reflejan en valores implícitos y explícitos en el discurso oficial, celebran la
posición y contribución especial de la mujer. Así, reformas basadas en
el papel de la mujer como madre se interpretan como una defensa de la
mujer, al mismo tiempo que el decreto de licencia por paternidad se
valora como correcto y positivo pero difícil de realizar en la práctica.
Por tanto, al mismo tiempo que el discurso estatal rehistoriza y desnaturaliza papeles de género, se podría decir que reproduce y romantiza
ideales de complementariedad. Resulta interesante que estas diferentes
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normatividades no se experimentan como contradictorias. Un análisis
del carácter generizado del proceso revolucionario puede ayudar a explicar esta aparente paradoja.
La antropóloga sueca Mona Rosendahl ha analizado la ideología socialista cubana como una «ideología hegemónica», al aplicar el concepto
de Antonio Gramsci (Rosendahl, 1997). Es decir, las estructuras y organizaciones socialistas dominan la sociedad, no se puede evitar ser afectado por ellas, y el espacio para generar alternativas es limitado (Ídem).
Rosendahl analiza la importancia de la retórica en la creación del sistema
político cubano, citando el análisis de la antropóloga Katherine Verdery
del socialismo y postsocialismo en Europa del Este, sobre el lenguaje
como vehículo a través del cual líderes socialistas esperaban formar
conciencia y subjetividad y producir efectos ideológicos (Ídem). Este
análisis nos da una clave para entender la importancia y el carácter normativo de conceptos como «igualdad», y su relación con normas de
género que se centran en la idea de complementariedad.
Analizando el discurso estatal cubano «hegemónico» desde una perspectiva de género, Rosendahl argumenta que en Cuba los ideales de
género masculinos tradicionales son muy similares a los ideales del revolucionario (Ídem). Ideales socialistas de fuerza, audacia, responsabilidad, iniciativa y coraje se corresponden con ideales masculinos, de
modo tal que en muchas circunstancias ser un buen revolucionario es lo
mismo que ser un buen hombre (Ídem).
Esto se relaciona con lo que investigadoras cubanas formulan como
una percepción social que le atribuye una cara masculina al liderazgo
(Álvarez Suárez, 2000, citada en Luciak, 2005). Rosendahl describe
cómo mujeres en posiciones de poder a veces son miradas con sospecha
por tener características «masculinas» (Rosendahl, 1997). Bourdieu formula esta percepción de género del liderazgo como un callejón sin salida para las mujeres: si se comportan como hombres pierden el atributo
de «feminidad» y si se comportan como mujeres parecen incapaces e
inadecuadas para el trabajo (Bourdieu, 2001). En términos de Rosendahl: «Que un líder cubano sea maternal o suave es impensable» (Rosendahl, 1997, mi traducción).
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3. Poder y liderazgo masculino
Esto crea un contexto para analizar la combinación de, por un lado,
el discurso estatal sobre igualdad que desnaturaliza y rehistoriza los roles de género y, por otro lado, la celebración oficial de ideales de género
de complementariedad. Las normas explícitas de igualdad, tanto en el
discurso oficial como en la vida cotidiana, se pueden interpretar como
símbolos clave dentro de la normatividad del discurso hegemónico. Al
mismo tiempo, y aplicando de nuevo términos de Bourdieu, este discurso institucionaliza la distinción de género, lo cual conlleva su incorporación y naturalización. Así, la diferencia complementaria de género
aparece como normal, natural, evidente, como inscrita «en el orden de
las cosas» (Bourdieu, 2001). Esta naturalización implica una normatividad de género que delimita la negociación explícita. La complementariedad naturalizada se experimenta como dóxica, lo cual implica que no
necesita ser explicada ni legitimada, ya que es legítima (Bourdieu, 1977).
Así, estas diferentes normatividades coexisten y no se experimentan
como contradictorias. Se crea un espacio específico dentro del que se
visibilizan y negocian roles de género, mientras que la complementariedad naturalizada no se cuestiona.
Se podría refutar, en contra de mi argumento, que el discurso estatal cubano es muy complejo, está en proceso de cambio constante y
contiene diferentes actores con disímiles, y a veces contradictorias,
agendas, como el Partido Comunista, la Federación de Mujeres, el
Centro de Educación Sexual, etcétera. Si bien este argumento es válido,
existe un discurso hegemónico que funciona como marco dentro del
cual se negocia y se produce el cambio. Esto conlleva un análisis de la
relación entre las posibilidades imaginadas y las nociones normativas
de género.
La hegemonía y la naturalización crean lo que Bourdieu denomina
«permanencia en y por el cambio» (Bourdieu, 2001). Esto no debe interpretarse como una eternización o esencialización de las relaciones de
género. Bourdieu enfatiza la existencia de un espacio para la lucha cognitiva sobre los significados de la realidad (Ídem). Estos significados
nunca quedan eternamente determinados, lo cual deja espacio para la
resistencia contra los efectos de la imposición simbólica (Ídem). El cuestionamiento está limitado por las nociones naturalizadas. La creación
de nociones alternativas implicaría romper con la doxa, lo que no necesita explicación o legitimación; sería necesario pensar lo no pensado,
formular lo no formulado, cuestionar lo que aparece como evidente o
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natural e identificar los esquemas de pensamiento y acción desde los
cuales la realidad es percibida (Bourdieu, 1977).
Coincido con Fidel Castro en que se ha dado otra revolución –la de la
igualdad entre hombres y mujeres– dentro del marco de la Revolución. En
ese marco existen nociones de género basadas en ideales de complementariedad. Por tanto, los cambios han estado y están limitados por
esas mismas nociones y por el contexto material dentro del cual se han
implementado. Las normas que emanan de la retórica de igualdad, por
un lado, y del principio de complementariedad por otro, no se experimentan como contradictorias o paradójicas.
Debemos además ser conscientes de que la definición de un problema de investigación inevitablemente se cruza con el objeto o sujeto
estudiado (Egeland, 2005). Los criterios que aplicamos para definir el
objeto bajo estudio también implican su creación. La definición del
problema de investigación requiere una posición reflexiva que necesariamente incluye ser consciente de la propia intervención en este. Los/as
investigadores/as corremos el riesgo de reproducir discursos de género
hegemónicos cuando definimos nuestro objeto de análisis (Ídem). Este
artículo, por su definición del problema y presentación de una estructura coherente de niveles y normatividades, corre el riesgo de reificar, y
así reproducir, los discursos e ideales analizados. Su razón de ser estaría
solo en la distancia analítica potencial que podría crear para comprender la dinámica de este complejo fenómeno.
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